Uno con todo

26 de julio, 2021

Existe una comunidad de vida a la que debemos unirnos. Una comunidad de vida que lleva millones de años desarrollándose en el planeta y de la que, como paradoja, formamos parte. Esa comunidad de vida en proceso, permitió hace miles de años la aparición del sapiens sobre la faz de la tierra. Este es un hecho irrefutable que no sabemos como hubiera sido posible de otra manera. Lo que sí sabemos es que de ese proceso evolutivo se crearon las condiciones necesarias para la aparición de esta nueva forma de vida: la forma humana.

De distintas e increíbles maneras, a esa comunidad de vida y de especies, fácilmente se la observa como colaborativa. Los seres vivos, incluído el ser humano, cooperaban siempre, o casi siempre, por su bienestar y desarrollo en armonía. En este proceso, los cambios ocurrían sin esfuerzo, en beneficio de la interconexión e interdependencia de todos los seres y las cosas. Favoreciendo siempre el cuidado de los ecosistemas y la preservación de la vida por sobretodo

Hoy, este equilibrio maravilloso está en serio riesgo de perderse.

Hace unos 250 años, coincidiendo con el advenimiento de la llamada Revolución Industrial, el hombre pareció rebelarse al mismo proceso orgánico que lo vió nacer. Volcándose a las ciudades, abandonando la naturaleza en busca de las “oportunidades” que se abrían.

Qué es lo que nos hizo desconocer ese origen? Qué podría suceder para recuperar la confianza en los procesos orgánicos propios del mundo natural del que somos parte los humanos también?

Las maneras en que se expresa ese desconocimiento son la infinidad de abusos que en nombre del bienestar, el progreso, el desarrollo, ejerce el hombre sobre los recursos del planeta. Haber llegado a ese lugar de ignorancia puede tener una explicación que no me alcanza y en su defecto, me lleva a pensar en las posibilidades que existen de restaurar aquella confianza en el sistema más perfectamente imperfecto con el que me he vinculado en mi tránsito por esta vida.

Como consecuencia directa de una deliberada práctica de atención que sostengo desde hace casi 30 años, surgió en mí un curioso interés por las noticias que hablaban sobre el deterioro del cambio climático. Mi práctica es bien sencilla. Me siento en silencio y quietud mientras atiendo al flujo de mi respiración, sin juicio, sin crítica. Sin querer modificar nada. Tan solo notando. Una práctica que inevitablemente aclaraba y profundizaba mi mirada, despejando mi percepción.

Así, me fui acercando, sin quererlo, a interesarme en las alarmantes noticias que hablaban de inundaciones, hambrunas, incendios, catástrofes y tantas calamidades más. No me costó nada relacionar tanta evidencia de los desastres que ocasionaban los desmontes, la intervención en los cursos de agua, la megaminería, el abuso en la utilización de los combustibles fósiles, la pesca indiscriminada y tantas otras barbaridades, con la codicia y la ignorancia del recién llegado: el humano.

Al mismo tiempo crecía mi interés por las prácticas sanadoras, por la sabiduría del cuerpo, por aprender de mi mismo, y finalmente por intentar compartir mi experiencia con todas las personas interesadas en el autoconocimiento y el desarrollo de una humanidad plena. Así apareció Hakomi en mi vida y el llamado por acompañar a las personas en sus procesos de cambio y desarrollo personal. Hakomi, desde hace más de 20 años, apareció para darle sentido a mi vida.

Tal vez, la misma práctica que me llevó a sintonizar con este desastre en ciernes, pueda facilitar que otras personas alcancen esta percepción y que una masa crítica imponga por peso propio el cambio necesario para dar vuelta esta tendencia de una nueva extinción de vida en el planeta. Hubo otras, miles de años antes, ninguna impulsada por la mano de los propios actores principales. Quienes se suponen estamos en ventajosas condiciones en relación con las otras especies, nos estamos ocupando de nuestra propia extinción, arrastrando a todas las formas de vida con nosotros.

Entonces, tengo una propuesta; si pudiéramos detener el vértigo que nos arrastra, si pudiéramos aquietar la mente por unos minutos cada día, si atendiéramos al cuerpo en su sabiduría, si intentáramos poner palabras a nuestras sensaciones, ampliando nuestra percepción a través de esta práctica, seguramente estaríamos ante la posibilidad de ver con más claridad lo que estamos haciendo con nosotros mismos. Porque lo que hacemos nos lo hacemos a nosotros. Mordiendo la mano que nos da de comer. Destruyendo nuestro hogar. Esto es lo que estamos haciendo hoy: destruyendo el hogar.

Existe una comunidad de vida de la que siempre hemos sido parte y a la que sin embargo debemos re-unirnos.

Ese es el gran cambio.

Enrique Alberto Kistenmacher

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